martes, 31 de mayo de 2011
lunes, 30 de mayo de 2011
Agosto en el Paraná
I
Dejo el ruido de los motores
atrás en la rambla
e ingreso en el silencio entero
del río misterio
las islas
inmóviles
II
cómo pensar el movimiento
en el río que fluye
detenido en su superficie
centelleante
lo cruza terso
un bote solo y deslizado
en el otro margen uno más
a reunirse en un punto imaginario
del cielo más allá de las islas
desflecadas
en la copa de sus árboles
I II
como en un thriller vi
mi cara reflejada
bajo sospecha
en la ventanilla de la lancha:
los lentes oscuros surcados
por el reverbero del sol
cayendo como una cometa
sobre el agua
en el murmullo adormecedor
el narcótico sucederse
del río
y a mis espaldas
su cabeza recostada
en la orilla de un sueño infinito
IV
"Zona de peligro" dice el cartel
cuando los más chicos pescan
suavemente en la orilla
y las ramas de los sauces
apenas se agitan
V
el aire se suspende
vibra en luminosa
transparencia calca
la pluma del polen
que respiro
el liviano amarillo del aromo
cuando estalla:
inminencia de verde nuevo
en la todavía tímida
aparición de la tarde.
VI
ahora es un paisaje lunar
el imprevisto diseño amarronado
de las barrancas
cuando anochece
bajo el arco de las voces
de los pájaros
el río se vuelve lámina
acerada
la silueta negra
de los árboles
el vapor del atardecer
que enrarece
el verde a la distancia
VII
sobre el horizonte
deja el cielo
su luminosidad de a poco
entre rosas y oros
de seda
se despliega una
mansa cavada
oscuridad
otra vez el silencio
del paisaje llamándome
VIII
cuando se extingue el cielo
en el centro de la silueta ya oscura
de la isla el cartel blanco
con letras doradas BIECKERT
abre una pantalla ilusoria
como una cita de Viel
al pie de los aromos
un espejismo que desmienten
la trama del monte
la presencia imperturbable del río
quieto cuando lentamente una
barcaza alcanza
la orilla de la costa
en el extremo y desaparece
como un pequeño juguete
tras la isla que duerme
sobre el silencio del agua.
Delfina Muschietti
domingo, 29 de mayo de 2011
Domingo de Cortázar (1)
Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.
Instrucciones para dar cuerda al reloj
Allá al fondo está la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con una mano, tome con dos dedos la llave de la cuerda, remóntela suavemente. Ahora se abre otro plazo, los árboles despliegan sus hojas, las barcas corren regatas, el tiempo como un abanico se va llenando de sí mismo y de él brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer, el perfume del pan.
¿Qué más quiere, qué más quiere? Átelo pronto a su muñeca, déjelo latir en libertad, imítelo anhelante. El miedo herrumbra las áncoras, cada cosa que pudo alcanzarse y fue olvidada va corroyendo las venas del reloj, gangrenando la fría sangre de sus rubíes. Y allá en el fondo está la muerte si no corremos y llegamos antes y comprendemos que ya no importa.
Foto: Cortázar en Cuba, 1966
Instrucciones para dar cuerda al reloj
Allá al fondo está la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con una mano, tome con dos dedos la llave de la cuerda, remóntela suavemente. Ahora se abre otro plazo, los árboles despliegan sus hojas, las barcas corren regatas, el tiempo como un abanico se va llenando de sí mismo y de él brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer, el perfume del pan.
¿Qué más quiere, qué más quiere? Átelo pronto a su muñeca, déjelo latir en libertad, imítelo anhelante. El miedo herrumbra las áncoras, cada cosa que pudo alcanzarse y fue olvidada va corroyendo las venas del reloj, gangrenando la fría sangre de sus rubíes. Y allá en el fondo está la muerte si no corremos y llegamos antes y comprendemos que ya no importa.
Foto: Cortázar en Cuba, 1966
sábado, 28 de mayo de 2011
Sucesos VII
a veces soy la voz del otro lado del teléfono
a veces un aliento
una ciudad enorme donde te encuentro a veces
por supuesto una fecha
un saludo que cruza el cielo velozmente
dos ojos que te miran
un café que te espera después de la llovizna
una fotografía una mano en tu mano
desesperadamente una canción etcétera
y siempre o casi siempre
nomás ese silencio
donde solés colgar tus prendas íntimas.
Jorge Boccanera
♪♫ Highway Unicorn (Road To Love), por Lady GaGa ♪♫
Podemos ser fuertes, podemos ser fuertes
Al final de este camino solitario, camino al amor
Podemos ser fuertes, podemos ser fuertes
Sigue a ese unicornio en su camino al amor
viernes, 27 de mayo de 2011
En el sur del abecedario...
por Washington Cucurto
Las deficiencias de este papel fotocopiado no me importan, ni que digan que su tiempo de duración es de 40 años y se borra, que es eso lo que vivirán estas letras en el papel, se borra y, con él, el amor que fue testigo, testigos todos falsos que involucran tanto como los testigos de Sadam o de los jueces norteamericanos, será una prueba irrefutable por cinco años en la librería y en mi corazón; hojas, papeles de Buenos Aires, que nos traerán recuerdos de lo que juntos una vez hicimos: quedará un bar dominicano, mi casa de cumbia, los versos de Enrique Lhin como todo simulacro de paz y de guerra. Nada más.
Ni un juguete de oro.
Ni un balneario oscurecido en la playa al caer la noche por las mismas estrellas. No me importa la indigencia de mendicidad de este papel fotocopiado que yo sé bien que es parte de un proceso de deshumanización o humanización pedorra de los árboles.
Que dure lo que dure, che! Si al fin y al cabo, las letras siempre verdes en su lugar.
A su inescrutable puerta en la recta lengual, sublingual del sur del abecedario.
(de la antología “Hotel Quequén”, edit. Sigamos Enamoradas, febrero 2006)
Las deficiencias de este papel fotocopiado no me importan, ni que digan que su tiempo de duración es de 40 años y se borra, que es eso lo que vivirán estas letras en el papel, se borra y, con él, el amor que fue testigo, testigos todos falsos que involucran tanto como los testigos de Sadam o de los jueces norteamericanos, será una prueba irrefutable por cinco años en la librería y en mi corazón; hojas, papeles de Buenos Aires, que nos traerán recuerdos de lo que juntos una vez hicimos: quedará un bar dominicano, mi casa de cumbia, los versos de Enrique Lhin como todo simulacro de paz y de guerra. Nada más.
Ni un juguete de oro.
Ni un balneario oscurecido en la playa al caer la noche por las mismas estrellas. No me importa la indigencia de mendicidad de este papel fotocopiado que yo sé bien que es parte de un proceso de deshumanización o humanización pedorra de los árboles.
Que dure lo que dure, che! Si al fin y al cabo, las letras siempre verdes en su lugar.
A su inescrutable puerta en la recta lengual, sublingual del sur del abecedario.
(de la antología “Hotel Quequén”, edit. Sigamos Enamoradas, febrero 2006)
Wallace Stevens y el brillo de la luna...
VII
Después de ver brillar la luna, decimos
que no necesitamos ningún paraíso,
que no necesitamos ningún himno seductor.
Es verdad. Esta noche las lilas acrecientan
la pasión fácil, el amor siempre listo
del enamorado que llevamos dentro y respiramos
un olor absoluto, que no evoca nada.
Nos encontramos en plena noche
el olor púrpura, la floración abundante.
El amante suspira por una dicha accesible,
que puede llevar en su respiración,
poseer en su corazón, ocultar e ignorar.
Porque la pasión fácil y el amor siempre listo
están en nuestra marca terrenal y aquí y ahora
y donde vivimos y en cualquier lugar que vivimos,
como en la alta nube de un anochecer de mayo,
como en el coraje del hombre ignorante
que repite siguiendo el libro, en la pasión del erudito que escribe
el libro, ardiendo de deseo de otra dicha accesible:
las fluctuaciones de la certeza, el cambio
de los grados de percepción en la oscuridad del erudito.
Wallace Stevens (Reading, Pennsylvania, 1879 - Hartford, Connecticut, 1955), "Transport to Summer", 1947, Collected Poetry & Prose, The Library of America, 1997
Version de Silvia Camerotto
Después de ver brillar la luna, decimos
que no necesitamos ningún paraíso,
que no necesitamos ningún himno seductor.
Es verdad. Esta noche las lilas acrecientan
la pasión fácil, el amor siempre listo
del enamorado que llevamos dentro y respiramos
un olor absoluto, que no evoca nada.
Nos encontramos en plena noche
el olor púrpura, la floración abundante.
El amante suspira por una dicha accesible,
que puede llevar en su respiración,
poseer en su corazón, ocultar e ignorar.
Porque la pasión fácil y el amor siempre listo
están en nuestra marca terrenal y aquí y ahora
y donde vivimos y en cualquier lugar que vivimos,
como en la alta nube de un anochecer de mayo,
como en el coraje del hombre ignorante
que repite siguiendo el libro, en la pasión del erudito que escribe
el libro, ardiendo de deseo de otra dicha accesible:
las fluctuaciones de la certeza, el cambio
de los grados de percepción en la oscuridad del erudito.
Wallace Stevens (Reading, Pennsylvania, 1879 - Hartford, Connecticut, 1955), "Transport to Summer", 1947, Collected Poetry & Prose, The Library of America, 1997
Version de Silvia Camerotto
jueves, 26 de mayo de 2011
Interpretaciones
Un poeta está sentado en un café, escribiendo:
la anciana
cree que está escribiendo una carta a su madre,
la joven
cree que está escribiendo una carta a su novia,
el niño
cree que está dibujando,
el hombre de negocios
cree que está meditando una transacción,
el turista cree que está escribiendo una postal,
el empleado
cree que está calculando sus deudas,
el policía secreta
camina lentamente, hacia él.
Mourid Barghouti
A small sun, 2003
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